VOLVER AL PADRE
(Conversaciones para cuaresma II parte)
El ayuno
Durante este
tiempo de Cuaresma, resuena en nosotros,
con mayor fuerza, la llamada a la conversión y junto a esa llamada se nos dan tres “ayudas” fundamentales para
reforzar nuestra opción por “Revestirnos del hombre nuevo” (Cf. Ef 4, 24).
Estas “ayudas” son el ayuno, la limosna y la oración. El ambiente cuaresmal
suele a veces pasar por triste o lleno de privaciones, pero ¿no será el mejor
momento para hacer silencio en medio de la bulla y darnos un tiempo para
nosotros y para el Señor y así estar prontos a experimentar al Resucitado en
nosotros? Aquí les proponemos un breve itinerario con estas tres “armas”. Solo
una cosa es necesaria: querer hacerse uno con Cristo, el de los Evangelios, el
que dio la vida por amor.
AYUNO. Liberación
“El ayuno que yo quiero es éste: Abrir las prisiones
injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos,
romper todos los cepos; partir tu pan
con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo,
y no cerrarte a tu propia carne” Entonces romperá tu luz como la aurora, en
seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la
gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te
dirá: “Aquí estoy.” (Is 58, 6-9)
Es
desconcertante pensar en el ayuno que conocemos y el ayuno que más le agrada al
Señor. A menudo nos esforzamos por cumplir la regla y no comer bien ni el
Miércoles de Ceniza ni el Viernes Santo, días en que la Iglesia prescribe el
ayuno. Nos afanamos por no comer ni una pizca de carne los viernes, pensando
que estamos haciendo el acto más heroico de nuestras vidas. Sin embargo, yendo
a las Sagradas Escrituras, nos damos de cara con la voluntad de Dios, Él nos
pide más misericordia y no solo sacrificios corporales, que pueden ser buenos
pero no son lo más importante, sino que quiere más amor concreto que acciones
que pueden quedarse tan solo en nosotros.
El pasaje de
Isaías, que precede la reflexión, nos habla de una serie de actos que Dios nos
propone como verdadero ayuno; cosas cotidianas que a veces las dejamos pasar,
pero que para Dios son más valiosas que sacrificios externos que no valen nada
si no están acompañados de recta intención. Lo más maravilloso de esta palabra
de Dios para nosotros es que estos actos van acompañados de una esperanzadora
bienaventuranza: “Romperá tu luz como la aurora…”. A menudo en nuestra vida de
fe, vamos luchando con los defectos que nos aquejan, con las tristezas y
pesadumbres que nos traen nuestras cruces y heridas, pocas veces encontramos
solución, pero en este tiempo de gracia el Señor nos da miles de soluciones, a
través del camino del ayuno verdadero, del salir de uno mismo, del dejar
aquello que nos guste, aunque sea bueno y laudable, pero no para quedarnos en
nosotros mismos, sino para salir al encuentro del otro.
Comer menos,
sí; no ver televisión, excelente; conversar menos con la vecina, hace mucho
bien; dejar un poco el chat, por supuesto; pero que todo eso que hagamos sea
para dar más fruto, para purificar nuestro interior, aprender a dominarnos y
servir mejor al hermano. Dice san Bernardo: “Se debe ayunar más de los vicios
que de los manjares”. Muy sabio, pero podríamos añadirle: “ayunar de los vicios
para dedicarnos a un vicio que no enferma: el hacernos prójimos del otro, hacer
una pausa para ver a quienes sufren tanto o más que nosotros”. Cuando
experimentemos el salto de nosotros mismos al hermano, cuando mostremos
misericordia, más que sacrificios, podremos experimentar el don de Dios más
abiertamente, un don que él ya nos tiene deparado.
ORACIÓN PARA
AYUNAR
Líbrame, Señor, de todo afecto que me aleje de ti,
Líbrame del buen comer, de los deseos justos e injustos
que inundan mi vida,
Ayúdame a ser libre, sin ataduras, para así alabarte
mejor.
El ayuno que me pides se traduce en amor y por ese amor
el dejarlo todo por ti.
Que mi ayuno no sea solo exterior, pensando que con solo
actos, suplo mi deber de hijo, de hermano, de cristiano.
Vacíame de los manjares de mis vicios, lléname del anhelo
de estar contigo.
Vacíame de la sed de ser importante, lléname del saberme
amado por ti.
Vacíame de la saciedad producida por las modas y la
comodidad, lléname de tu corazón compasivo con el otro que sufre más que yo.
Vacíame del regocijo de vivir en mi mundo, lléname de tu
amor para saber que el que está enfrente es mi hermano.
Vacíame de todo, lléname de ti; que quede en libertad,
para amarte a ti.
Amén.
José Miguel, novicio paulino
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