EN EL DESIERTO LE HABLARÉ AL CORAZÓN
Poco a poco se iba instaurando una tregua entre la antigua
Roma y la naciente Iglesia católica. Progresivamente, los cristianos dejaban la
clandestinidad de las catacumbas para reunirse en lugares más adecuados para el
culto ¿Qué pasaría ahora, luego de que la sangre de los mártires sembrase la fe
entre los nuevos creyentes?
Entrar en Roma, significó para la fe un gran paso, pero
también un inevitable choque entre las costumbres que ambas ofrecían. Por una
parte, la “Ciudad eterna” ofrecía una vida relajada, ostentosa, de Imperio
(aunque la crisis sobrevendría pronto); en la otra arista, la “Ciudad de Dios”,
la naciente Iglesia, ofrecía una vida escatológica y profética que anunciaba la
inminente llegada del Mesías de la humanidad y que aquello implicaba un cambio
rotundo de vida.
Como todo choque, hubo heridos, varios cristianos se
adecuaron a la vida relajada y no poco libertina, aquello hizo que el Espíritu
de Dios comenzase a inspirar en algunos la “fuga
mundi”, el retirarse de la viciada cotidianeidad en busca de un camino de
mayor perfección ¿A dónde? Al desierto, siguiendo la voz profética que decía: “Yo
la llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Oseas 2, 14)
Así, Pablo de Tebas, Antonio, Pacomio, Simeón y otros
comenzarían el camino, se veía ya decidido por el Espíritu Santo un camino de
mayor perfección en el amor, a Dios y a los hermanos.
(Continuará…)
José Miguel, novicio ssp
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