lunes, 25 de febrero de 2013


EN EL DESIERTO LE HABLARÉ AL CORAZÓN



Poco a poco se iba instaurando una tregua entre la antigua Roma y la naciente Iglesia católica. Progresivamente, los cristianos dejaban la clandestinidad de las catacumbas para reunirse en lugares más adecuados para el culto ¿Qué pasaría ahora, luego de que la sangre de los mártires sembrase la fe entre los nuevos creyentes?

Entrar en Roma, significó para la fe un gran paso, pero también un inevitable choque entre las costumbres que ambas ofrecían. Por una parte, la “Ciudad eterna” ofrecía una vida relajada, ostentosa, de Imperio (aunque la crisis sobrevendría pronto); en la otra arista, la “Ciudad de Dios”, la naciente Iglesia, ofrecía una vida escatológica y profética que anunciaba la inminente llegada del Mesías de la humanidad y que aquello implicaba un cambio rotundo de vida.

Como todo choque, hubo heridos, varios cristianos se adecuaron a la vida relajada y no poco libertina, aquello hizo que el Espíritu de Dios comenzase a inspirar en algunos la “fuga mundi”, el retirarse de la viciada cotidianeidad en busca de un camino de mayor perfección ¿A dónde? Al desierto, siguiendo la voz profética que decía: “Yo la llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Oseas 2, 14)

Así, Pablo de Tebas, Antonio, Pacomio, Simeón y otros comenzarían el camino, se veía ya decidido por el Espíritu Santo un camino de mayor perfección en el amor, a Dios y a los hermanos.
(Continuará…)

José Miguel, novicio ssp

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