JESÚS, EL APASIONADO POR EL REINO DE DIOS
- Su pasión, motivo de consagración I parte
-
Resulta
sorprendente una y otra vez tener en cuenta que Jesús fue laico, sí, un laico
judío que vivió la fe enseñada por sus padres y que no perteneció a la casta
sacerdotal como sí pertenecía Juan el Bautista.
Nació en un entorno
aldeano, en un pequeño poblado llamado Nazaret y de María y de José aprendería
a orar como lo hacían los judíos. Nada tenía que ver Jesús con las antiguas
realidades monásticas veterotestamentarias; sin embargo, había algo que lo
relacionaba con ellas: la consagración al Padre.
No llevaba en su
apariencia ni en su proceder el ritmo ascético de los Nazareos, que se
apartaban de los suyos para dedicar la vida a Dios y rechazar rotundamente la
idolatría; Jesús se haría cercano a los hermanos, comería con ellos en cuanto
banquete hubiese, entrando a la intimidad de quien desease la salvación, Jesús
rechazaría la idolatría del egoísmo, de la apariencia ritual.
Su vida tuvo cierta
similitud con la de los que conformaban las comunidades proféticas de la época
davídica; sin embargo, Jesús iba más allá del anuncio futuro de la llegada del
Mesías o de la denuncia política ante el desequilibrio del pueblo; para él el
Reino de Dios, ya había llegado, era preciso manifestarlo a todos, sin
excepción. Hablaba de un Reino de Dios donde solo Dios era el único merecedor
de ser llamado Padre, un Reino donde nadie estaba excluido, inserto en la
realidad cotidiana.
Sin embargo, estas
formas de vivir la dedicación a Dios tienen mucho de él: renuncias y nuevas
opciones de vida, radicalidad para vivir un ideal, mirada fija en el Padre Dios
¿Dónde está la mayor diferencia? La pasión de Jesús de Nazaret por cumplir la
voluntad del Padre y de hacer presente en la vida de sus hermanos los hombres que
el Reino de Dios había llegado y decirle a cada uno “Hoy ha llegado la
salvación a esta casa” (Lc 19, 9)
(continuará)
José
Miguel, novicio ssp
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