miércoles, 27 de febrero de 2013


JESÚS, EL APASIONADO POR EL REINO DE DIOS
- Su pasión, motivo de consagración I parte -





Resulta sorprendente una y otra vez tener en cuenta que Jesús fue laico, sí, un laico judío que vivió la fe enseñada por sus padres y que no perteneció a la casta sacerdotal como sí pertenecía Juan el Bautista.
Nació en un entorno aldeano, en un pequeño poblado llamado Nazaret y de María y de José aprendería a orar como lo hacían los judíos. Nada tenía que ver Jesús con las antiguas realidades monásticas veterotestamentarias; sin embargo, había algo que lo relacionaba con ellas: la consagración al Padre.

No llevaba en su apariencia ni en su proceder el ritmo ascético de los Nazareos, que se apartaban de los suyos para dedicar la vida a Dios y rechazar rotundamente la idolatría; Jesús se haría cercano a los hermanos, comería con ellos en cuanto banquete hubiese, entrando a la intimidad de quien desease la salvación, Jesús rechazaría la idolatría del egoísmo, de la apariencia ritual.

Su vida tuvo cierta similitud con la de los que conformaban las comunidades proféticas de la época davídica; sin embargo, Jesús iba más allá del anuncio futuro de la llegada del Mesías o de la denuncia política ante el desequilibrio del pueblo; para él el Reino de Dios, ya había llegado, era preciso manifestarlo a todos, sin excepción. Hablaba de un Reino de Dios donde solo Dios era el único merecedor de ser llamado Padre, un Reino donde nadie estaba excluido, inserto en la realidad cotidiana.


No fue un recabita que se preservara vehementemente de la contaminación a causa de las infidelidades del pueblo, no vivió en el desierto sino solo cuarenta días para escuchar la voz de su Padre y el clamor de sus hermanos, regresó a la Galilea a llamar a todos por calles y plazas. Si practicó la continencia, si fue un pobre mendicante sin casa fija donde dormir u obediente a la voluntad del Padre, no fue ni para ser solo signo visible de conversión ni porque necesitase expiar culpas como los terapeutas.

Sin embargo, estas formas de vivir la dedicación a Dios tienen mucho de él: renuncias y nuevas opciones de vida, radicalidad para vivir un ideal, mirada fija en el Padre Dios ¿Dónde está la mayor diferencia? La pasión de Jesús de Nazaret por cumplir la voluntad del Padre y de hacer presente en la vida de sus hermanos los hombres que el Reino de Dios había llegado y decirle a cada uno “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc 19, 9)
(continuará)

José Miguel, novicio ssp



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