viernes, 25 de enero de 2013


POR GRACIA DE DIOS, UN HOMBRE NUEVO
Pablo, el último apóstol




Caídas del caballo, luces intensas, un hombre orgulloso que se vuelve ciego, voces que vienen de lo alto: todo un conjunto de emotivo significado que vale la pena pensar, orar y agradecer. Saulo, joven fariseo, había sido educado con los mejores maestros del judaísmo y así había conseguido ser reconocido como un judío intachable y respetado. Cuál habría sido su pesar cuando supo que un grupo de personas comenzaban a hablar de un Mesías llamado Jesús, que murió y que inexplicablemente había resucitado. 

Con el crecimiento de aquel grupo, iba creciendo la incomodidad del autosuficiente Saulo, lo cual le hizo tomar acciones. San Lucas nos muestra la ira de Saulo: los persiguió a muerte, no sabemos realmente cómo; sin embargo, nada detenía sus sentimientos de ira contra aquellos que hablaban de un modo distinto de Dios.
He ahí la sorpresa, con grandiosidad el evangelista nos muestra el encuentro, sí, es el Resucitado, la presencia siempre renovadora que le da la luz, que le deslumbra y le enceguece. No sabemos a ciencia cierta cómo fue todo el proceso de conversión de aquel hombre, pero lo cierto es que después de ese encuentro, Saulo no era el mismo, había acabado el mundo del Saulo fariseo, orgulloso, perseguidor…comenzaba a nacer el hombre nuevo. ¿Un día? ¿Un mes? ¿Un año? Ignoramos cuánto le costaría terminar aquella era para comenzar otra, como cristiano, como hombre de fe nueva y revestido de Cristo.
Saulo no fue más Saulo, eligió ser Pablo, el pequeño, el último apóstol, el “aborto de Dios”, y con no poco esfuerzo se fue haciendo hermano universal, el pionero en las misiones fuera del territorio judío. Pablo, el converso, dejó las armas y las sinagogas para tomar la pluma y escribir, para hacer de su cuerpo templo del Espíritu Santo y entregarlo así, sin medida, a la causa del Evangelio, sin miedo a morir, con la total convicción de que es en Cristo en quien halla la fuerza para su debilidad, la gracia para ser feliz.
Un gran hecho, marca un gran hombre: Pablo no hubiera sido quien fue si no se hubiera encontrado de frente con Dios, con el resucitado, toda vocación nace de la experiencia personal con Él. Si no hubiera perdido la vista para descubrir lo hermoso que es ver la presencia del Señor, si no se hubiera dejado tocar por la gracia transformadora de Dios, la historia hubiese sido diferente. Hoy, como jóvenes paulinos, estamos llamados a valorar esa gracia, como diría Pablo: “Por gracia de Dios soy lo que soy y su gracia no ha sido en vano en mí” (1Co 15, 10) y permitir que entre día a día en nuestras vidas. Pablo, padre nuestro, enséñanos a ver como viste a Cristo, a sentirlo tan dentro nuestro que lleguemos a decir:
 "ya no vivo yo, es Cristo que vive en mí" (Gál 2, 20).

Nov. Romaldo Moncada Bareño, ssp
Nov. José Miguel Villaverde Salazar, ssp

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